Como os decía en una entrada anterior sobre un artículo de Manuel Vicent de la contraportada de El País, hay un libro titulado Comer y beber a mi manera, que no debe faltar en la librería de un buen gastrónomo, ni incluso en la de cualquier cocinero, que para serlo, primero debería de ser gastrónomo y además lector de gastronomía...
Abundan en este libro los recuerdos del autor, desde su niñez en tiempos de postguerra con olores y sabores del pan y los bocadillos, del tomate, del aceite y las aceitunas, las longanizas y butifarras, las anchoas y tantas y tantas cosas más.
No por nada, sino porque al abrir el libro me he encontrado con este artículo y también me gusta, como el resto del libro, y lo transcribo tal cual:
"En mi primer viaje a París todavía se hallaba en pie el mercado de Les Halles, tal como era en tiempos románticos de Víctor Hugo. Ese vientre de la ciudad estaba erigido con todo su sucio esplendor y allí de madrugada los señoritos calaveras con esmoquin y bufanda blanca se unían a los asentadores de frutas en el momento de tomar la sopa de cebolla en el restaurante Au Pied de Cochon. Otros tomaban ese pie de cerdo, pero la sopa de cebolla servía para entonar el estómago de verduleros y carniceros en el momento de ponerse a trabajar o para coronar una noche de juerga de unos señoritos o para mirarse en ese espejo ejerciendo de intelectual sartriano comprometido.
Ahora Les Halles de París es un aséptico espacio sin alma, pero el restaurante aún está allí. A él van todavía algunos en peregrinación para recordar los buenos tiempos. Esta sopa es un alimento muy potente y hay que tomarla sólo en invierno y no muy a menudo, salvo que se tengan todavía sabañones. Las pequeñas rebanadas de pan, la harina tostada, el queso Gruyère, la cebolla sofrita y el caldo alcanzan una cocción melosa con el aceite, la sal y la manteca, ingredientes que se colocan en el sustrato de aquella edad en que uno iba por París descubriendo la libertad, los libros prohibidos, las escenas de cabaret, los amantes que se besaban en la calle, y aún creía en el compromiso político e imaginaba que la pipa de Sartre estaba dentro del cuenco de barro donde humeaba esa sopa de cebolla de madrugada."
Otro día más...
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